Si hasta ahora hemos contemplado la arquitectura e imaginería religiosa, ahora nos detendremos en los bellos ejemplos de arquitectura civil que orgullosamente nos recuerda los glorias pasadas de quienes con amor a su pueblo las erigieron. Partiremos del mejor conservado y más restaurado de los palacios renacentistas, hoy nuevamente lugar de cultura y enseñanza, para continuar por las angostas calles que en su día andara Don Pío Baraja en su visita a Tudela a principios de nuestro siglo, quizás los más bellos rincones de la ciudad donde medievo y renacimiento se hermanan, calle Mogollón, Roso, Yehuda ha Levi, San Antón, San Nicolás y Rúa.
El Palacio del Marqués de San Adrián, donde iniciamos nuestro caminar, es un noble y monumental edificio renacentista construido en ladrillo en la primera mitad del siglo XVI. Es la obra cumbre de la arquitectura civil tudelana. En la austeridad de su fachada destaca su impresionante alero primorosamente tallado y atribuido o Esteban de Obray según la tradición.
Al interior, entorno a un patio de dos alturas, se distribuyen los salas del palacio. Las bellas proporciones y formas de este conjunto nos recuerdan los palacios italianos a cuyo estilo pertenece.
Hay que destacar especialmente la decoración a base de grisallas de mediados del siglo XVI que cubre la escalera, por su singular programa iconográfico, excepcional en España. Reúne diosas de la mitología clásica junto a heroínas de la antigüedad grecorromana exaltando sus virtudes.
Por la calle Mogollón, lentamente, nos dirigimos a la Plaza Vieja o de la Verdura para, por la calle del Roso, junto a la Puerta del Juicio de la Catedral, afrontar la soberbia fachada plateresca del Palacio del Deán.
Este palacio, lugar de glorias pasadas que albergó a ilustres visitantes, tiene dos momentos constructivos, uno en el siglo XV y en estilo gótico-mudéjar y otro, que es el que nos interesa, de estilo renacentista. La fachada principal del Palacio se realiza en el año 1515 y es plateresca como se aprecia en la decoración ornamental de sus vanos. Fue construida bajo los auspicios del Deón Villalón cuyas armas aparecen junto a la portada.
La distribución en fachada de este palacio sigue el modelo arquitectónico del Valle del Ebro.
Desandando nuestros pasos hemos vuelto a la Plaza Vieja para, por San Antón, situamos en la Plaza de San Nicolás. Desde allí, frente al Palacio los Aperregui, subiremos pausadamente, como si fuésemos un hombre renacentista en vez de un viajero curioso, por la calle Mayor de la Tudela del siglo XVI, la Rúa. Pero centraremos nuestra atención y mirada en dos palacios civiles que son joyas de arte renacentistas, la Casa Ibáñez Luna y la Casa del Almirante. La Casa Ibáñez Luna, de amplios dimensiones, se distribuye en tres alturas. En la planta noble conserva la decoración de uno de sus balcones, con el repertorio típico del Renacimiento a base de grutescos, guirnaldas, «putti», etc.
Se culmina en galería de arquillos de tradición aragonesa y alero tallado. El interior, posee un patio de planta cuadrada elevado en tres alturas.
La Casa del Almirante es la belleza hecha ladrillo, filigrana plateresco, madera amorosamente tallada. Esta fachada que ahora vemos es majestuosamente serena, proporcionada, armoniosa, refinada y bella, simplemente por el placer de ser bella. La casa de los Cabanillas-Berrozpe se construyó hacia 1540 siguiendo los modelos arquitectónicos del Valle del Ebro (planta baja, piso noble y ótico con galería de arquillos), pero el artista que nos legó esta obra maestra estaba tocado por lo divina inspiración cuando, como si de una pintura se trotara, proyectó y ejecutó la fachada.
Su decoración plateresca, hoy por fortuna restaurado totalmente, el ritmo estético de sus huecos y macizos en las plantas altas, su profusión y belleza iconográfica en los bustos y figuras de la balconada principal, así como en la galería de arquillos y el sobresaliente alero que la culmina, son la perfecta representación de un legado de belleza, fuente permanente de inspiración y sabiduría.
Si hasta ahora hemos contemplado la arquitectura e imaginería religiosa, ahora nos detendremos en los bellos ejemplos de arquitectura civil que orgullosamente nos recuerda los glorias pasadas de quienes con amor a su pueblo las erigieron. Partiremos del mejor conservado y más restaurado de los palacios renacentistas, hoy nuevamente lugar de cultura y enseñanza, para continuar por las angostas calles que en su día andara Don Pío Baraja en su visita a Tudela a principios de nuestro siglo, quizás los más bellos rincones de la ciudad donde medievo y renacimiento se hermanan, calle Mogollón, Roso, Yehuda ha Levi, San Antón, San Nicolás y Rúa.
El Palacio del Marqués de San Adrián, donde iniciamos nuestro caminar, es un noble y monumental edificio renacentista construido en ladrillo en la primera mitad del siglo XVI. Es la obra cumbre de la arquitectura civil tudelana. En la austeridad de su fachada destaca su impresionante alero primorosamente tallado y atribuido o Esteban de Obray según la tradición.
Al interior, entorno a un patio de dos alturas, se distribuyen los salas del palacio. Las bellas proporciones y formas de este conjunto nos recuerdan los palacios italianos a cuyo estilo pertenece.
Hay que destacar especialmente la decoración a base de grisallas de mediados del siglo XVI que cubre la escalera, por su singular programa iconográfico, excepcional en España. Reúne diosas de la mitología clásica junto a heroínas de la antigüedad grecorromana exaltando sus virtudes.
Por la calle Mogollón, lentamente, nos dirigimos a la Plaza Vieja o de la Verdura para, por la calle del Roso, junto a la Puerta del Juicio de la Catedral, afrontar la soberbia fachada plateresca del Palacio del Deán.
Este palacio, lugar de glorias pasadas que albergó a ilustres visitantes, tiene dos momentos constructivos, uno en el siglo XV y en estilo gótico-mudéjar y otro, que es el que nos interesa, de estilo renacentista. La fachada principal del Palacio se realiza en el año 1515 y es plateresca como se aprecia en la decoración ornamental de sus vanos. Fue construida bajo los auspicios del Deón Villalón cuyas armas aparecen junto a la portada.
La distribución en fachada de este palacio sigue el modelo arquitectónico del Valle del Ebro.
Desandando nuestros pasos hemos vuelto a la Plaza Vieja para, por San Antón, situamos en la Plaza de San Nicolás. Desde allí, frente al Palacio los Aperregui, subiremos pausadamente, como si fuésemos un hombre renacentista en vez de un viajero curioso, por la calle Mayor de la Tudela del siglo XVI, la Rúa. Pero centraremos nuestra atención y mirada en dos palacios civiles que son joyas de arte renacentistas, la Casa Ibáñez Luna y la Casa del Almirante. La Casa Ibáñez Luna, de amplios dimensiones, se distribuye en tres alturas. En la planta noble conserva la decoración de uno de sus balcones, con el repertorio típico del Renacimiento a base de grutescos, guirnaldas, «putti», etc.
Se culmina en galería de arquillos de tradición aragonesa y alero tallado. El interior, posee un patio de planta cuadrada elevado en tres alturas.
La Casa del Almirante es la belleza hecha ladrillo, filigrana plateresco, madera amorosamente tallada. Esta fachada que ahora vemos es majestuosamente serena, proporcionada, armoniosa, refinada y bella, simplemente por el placer de ser bella. La casa de los Cabanillas-Berrozpe se construyó hacia 1540 siguiendo los modelos arquitectónicos del Valle del Ebro (planta baja, piso noble y ótico con galería de arquillos), pero el artista que nos legó esta obra maestra estaba tocado por lo divina inspiración cuando, como si de una pintura se trotara, proyectó y ejecutó la fachada.
Su decoración plateresca, hoy por fortuna restaurado totalmente, el ritmo estético de sus huecos y macizos en las plantas altas, su profusión y belleza iconográfica en los bustos y figuras de la balconada principal, así como en la galería de arquillos y el sobresaliente alero que la culmina, son la perfecta representación de un legado de belleza, fuente permanente de inspiración y sabiduría.
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